Paisajes cofradieros
Gabriel Zapata. La Semana Santa, como muchos autores consideran, es una
fiesta total, el aunar la religión con lo popular, la tradición, el arte y las
vivencias personales, hasta incluso los aromas, conforman una amalgama que la
convierten en fiesta total. Y uno de los elementos que confluyen en este hecho
es el paisaje. Las cofradías muchas veces se vinculan con lugares o espacios
concretos de la ciudad, lo han hecho siempre. Ya sea un determinado templo
donde radican varias hermandades, ya sea una calle o una plaza singular... todo
ello contribuye a forjar la personalidad de la Semana Santa.
En nuestro caso cordobés quizá el lugar más emblemático, no
solo de la Semana Santa, sino de toda la ciudad sea la Catedral, monumento
universal y que es uno de los más visitados de Europa. Lugar que siempre estuvo
desde los orígenes ligado a esta fiesta. Y no es un copieteo sevillano como
algunos piensan, las cofradías cordobesas acudían a hacer su estación de
penitencia a este templo, vicisitudes históricas hicieron que se perdiera como
meta de las cofradías, aunque desde los años ochenta del siglo XX se ha
recuperado hasta establecer allí su Carrera Oficial y recuperarlo como culmen
de la estación de penitencia.
Pero, no es el único lugar emblemático, de hecho la propia
fiesta es efímera, muda cada primavera. Algunos templos que en el XVI tenían
cofradías ya ni siquiera existen, en el correr del tiempo se han fundado
cofradías en barrios diversos, por tanto, es obvio que esos rincones especiales
y con un marcado carácter cofradiero hayan ido cambiando a lo largo de los
siglos. Aunque es cierto en la Semana Santa tal y como la conocemos tiene
lugares especiales que todos asociamos indisolublemente a la celebración de la
Pasión: Deanes, Bailío, Colón, Tendillas... Lógicamente con el cambio de
Carrera Oficial han cambiado necesariamente todos los recorridos. Pero ¿por qué
debemos renunciar a enclaves que constituyen la esencia de la Semana Santa tal
y como la hemos conocido?¿es imposible mantenerlos?
Ya sabemos que el ideal es dirigirse a la Catedral a hacer
estación de penitencia y volver por el camino más corto. Pero lo que define al
cofrade, es la búsqueda de la belleza. Por lo que no me parece un crimen, más
bien todo lo contrario, querer mantener el paso por lugares de especial
significación, bien por su belleza o por razones históricas, por un determinado
lugar. Aunque ello suponga dar un pequeño rodeo. No estoy diciendo que se den
vueltas por capricho, ni que se alarguen en demasía los itinerarios,
simplemente que se mantengan enclaves que hacen especial nuestra celebración.
Un caso muy paradigmático es la Cuesta del Bailío. La
Hermandad de la Esperanza ha anunciado recientemente que prescindirá de pasar
por ahí en su estación de penitencia del Domingo de Ramos. Un hecho que
ciertamente me llena de pesar, y no precisamente porque yo sea un forofo del
Bailío (nunca he visto una cofradía por este lugar), sino porque perdemos un
enclave que ha sido crucial en la historia procesional reciente de Córdoba.
Desde que a primeros de los años setenta la Hermandad de la Expiración lo
incluyese en su itinerario, no han dejado de pasar cofradías por allí. Desde la
Buena Muerte a la Paz, pasando por el Prendimiento o las Penas de Santiago; por
citar algunas que les suponía dar un rodeo considerable. Incluso para glorias
como el Carmen de San Cayetano o en salidas extraordinarias como la del
Rescatado han pasado por los emblemáticos escalones. La Hermandad de la
Esperanza era la única que quedaba y ya lo perdió.
Pero no es el único enclave, la propia Plaza de Capuchinos ha
quedado restringida a las hermandades que allí residen. O la estrechez de San
Zoilo que por su cercanía al anterior itinerario común la hacía un punto de
paso casi obligado para muchas corporaciones y por el que ahora sólo transita
la Paz. La calle Deanes, ha sido demonizada y se ponen todas las trabas habidas
y por haber a las hermandades que deciden pasar por allí, lugar que más allá de
su belleza, lleva formando parte de los desfiles procesionales desde el origen
de la Semana Santa y que es camino natural hacia la Catedral, pese a quien
pese. Parece ser qué se impone la calle de la Feria como única alternativa
viable y natural para acceder a la flamante Carrera oficial, calle anodina,
aunque ciertamente inevitable que se constituye como eje de la nueva Semana
Santa. En detrimento de enclaves que ayudarían no solo a repartir al público
que asiste a ver las cofradías, dispersando los posibles riesgos que en la
actualidad tienen las aglomeraciones de personas, sino además, y mucho más
importante a establecer rincones donde las cofradías puedan gustarse y dotar de
una categoría mayor a nuestra Semana Santa.
Lo malo es que esta parece ser la tónica, y en nombre de la
seguridad y de la supuesta “madurez” poco a poco iremos perdiendo los enclaves
que todavía nos quedan. Paisajes bellísimos como los Jardines de Colon que en
no mucho tiempo abandonaran, tanto la Paz, que lo utilizó desde su primera
salida y que recuperó desde mediados de los ochenta, creando uno de los puntos
emblemáticos de la Semana Santa cordobesa contemporánea. Así como la Estrella
que puede ser probable que también lo pierda, a pesar de que ya sólo pasa por
un lateral.
Otros lugares pasan por mantenerse como la Plaza del Potro,
siendo paso de varias cofradías que prefieren evitar la calle Feria o incluso
algunos que toman relevancia como la Plaza de la Corredera, que ha visto
aumentado el paso de cofradías por su interior, dando más importancia a esta
destacada plaza. Incluso la Magdalena, puede ser un lugar que podría
recuperarse, en el XVII fue el lugar desde el que procesionaba el Santo
Crucifijo, y ahora parece ser que cofradías como el Rescatado y el Calvario
apuestan por recuperarlo para la historia procesional de la ciudad. Por contra,
perdemos sitios como las Tendillas, que se viene usando desde que a finales del
XIX se instituyó una Carrera Oficial al modo que la entendemos actualmente con
palco de autoridades. En esta plaza se organizaba la procesión oficial del
Santo Entierro. Y en la postguerra se encumbró como lugar de paso obligado de
las cofradías, al estar allí situado el palco de autoridades. Con la vuelta a
la Catedral afortunadamente nuestras hermandades dejarán de peregrinar al “culo
del caballo” del Gran Capitán y así perder uno de los más feos rincones por el
que transitaban nuestras cofradías.
En definitiva, que el desastroso itinerario de la nueva
Carrera Oficial y la comodidad, están dando al traste con los rincones que han
hecho singular y personal a nuestra Semana Santa. Es una oportunidad para
reflexionar sobre ello, y meditar qué Semana Santa queremos tener y cual
queremos legar a nuestros descendientes. Reducirla a la calle Feria, arriba y
abajo, es empobrecer una fiesta que más allá de lo que muchos piensan está para
ganar la calle y hacer presente a Cristo y a su Madre en ella. En cada calle,
en cada barrio, en definitiva en cada rincón de la ciudad. Para que nuestros
titulares la sigan haciendo estremecer cada comienzo de primavera como llevan
haciendo casi cinco siglos.
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