Desmitificando el supuesto "estilo cordobés"


   Gabriel Zapata. El tema de los estilos en el mundo cofrade es algo bastante manido, pero no por ello deja de ser un tema recurrente. Ayer ojeando por la red, vi un determinado diseño para Sevilla, y un comentario sobre ello, diciendo que se innovara en Sevilla, que se incluyera algo de procedencia antequerana o granadina. Y otro usuario le respondía que Sevilla era grande por ser fiel a su estilo. Toda esta conversación a priori intrascendente. Me ha dado pie para reflexionar sobre que errados estamos sobre los distintos estilos cofradieros. Y es que parece que cada ciudad tiene un estilo propio, y si no lo tiene es porque lo perdió por copiar a la urbe. Y nada más lejos de la realidad.

   El estilo cordobés es una quimera, lo mismo que el estilo granadino, ya que tener una escuela escultórica propia no significa tener un estilo cofradiero propio. A pesar de que haya autores de solvencia que así lo planteen. Afirman que se ha perdido el estilo cordobés, pero ¿de verdad existe ese estilo?

   Y es que si tenemos un estilo cordobés, debemos preguntarnos cuales son esas características, que lo hacen diferente al resto, sobre todo al sevillano. Que es la única razón para invocarlo.
Como características podríamos hablar de los pasos ochavados, de la estética de la hermandad de Animas... Así como esas características que reiteradamente apuntaban autores como Aranda Doncel, y que se perdieron con la intervención de Trevilla, tales como figuras bíblicas o escenificaciones de la Pasión, tan propias según él, de la “personalísima” Semana Santa barroca cordobesa. Figuras y escenificaciones que como ahora veremos todavía persisten en algunos lugares de Sevilla. O las parihuelas con peanas sobre las que procesionaban las imágenes, que a mi modo de ver tan similares debieron ser a lo que se podía ver en otras ciudades andaluzas de la época.

   Originariamente, la manera de portar a las imágenes son las parihuelas, tanto en Sevilla como en otros lugares, con el tiempo se fueron enriqueciendo y tomando algunas características propias en ciudades como Sevilla, o zonas como Málaga, mientras que en otras seguían estando estancados en aquellas parihuelas. Andando el tiempo y superado el período barroco el mundo cofradiero entra en crisis y la recuperación no se produce a la misma celeridad en todos los lugares. Córdoba durante el XIX mantiene muy tímidamente las procesiones, manteniendo una “humildad” impuesta.

   En otras ciudades, por contra, conocen un nuevo despertar del mundo cofrade y si marcan diferencias sustanciales a esa etapa inicial. Formas de carga distinta, desarrollo de los pasos o tronos. En definitiva, la creación de señas de identidad que se irán marcando hasta el primer tercio del siglo XX.

   Así asistimos en Sevilla, debido a diversas causas económicas o sociales diferentes a los primeros pasos de lo que conocemos como estilo sevillano que seria completamente definido, ya en el XX con la figura de Rodríguez Ojeda; o de igual forma el malagueño, o mejor dicho el antequerano, que es donde se crea la forma definitoria malagueña, incluso ya desde el XVIII.

   En Córdoba no es así, en la ciudad se mantienen las procesiones muy escuetamente y no es hasta el XX cuando se afianza, y sobre todo, en la postguerra, cuando se configura la Semana Santa como la conocemos actualmente. Lo que define un estilo propio debe ser a lo que se ha llegado en un período de esplendor y no a las soluciones de supervivencia que se hayan podido desarrollar, y de eso en Córdoba se sabe mucho, baste mencionar la luz eléctrica o los pasos a ruedas.

   Por tanto si nos centramos en Córdoba, el periodo de esplendor en el pasado es claramente el periodo barroco, y ¿qué tenía Córdoba de particular frente a otras ciudades en esas fechas? Pues ciertamente, más allá del incipiente uso del palio en Sevilla, exento aquí del paso, como en otros lugares, en poco o nada difería lo que se pudo tener. Entonces habría que plantearse, ¿qué entendemos por estilo cordobés? y ¿de donde viene? Así podremos desmitificarlo.


   Con el obispo Trevilla, se considera que se pierde la Semana Santa, la bibliografía insiste machaconamente en este argumento. Y aun siendo cierto, no es menos cierto que hubo otros condicionantes, ya que el siglo XIX fue muy convulso para el mundo cofrade, otras ciudades sin Trevilla, también perdieron las su Semana Santa, como por ejemplo Granada. Autores como Aranda Doncel han exaltado las peculiaridades y la magnificencia de la Pasión cordobesa en el Barroco. Pero ciertamente pocas diferían del resto, incluso como veremos, de la propia Sevilla.


   Entonces cuales eran nuestras características propias: la manera de vestir a las imágenes, vemos que no difiere de otros lugares, ya que todos se inspiran en la madrileña Soledad de la Victoria; los bordados, en esta época suelen ser muy similares, bordados planos en oro tendido, y distribuyendo los motivos decorativos por los bordes de las prendas, sin cubrir la totalidad de las mismas; si nos referimos a la presencia de pasos de misterio vemos que en eso Sevilla no tenia la exclusividad, ya que en Valladolid, Murcia y hasta en Nápoles aparecen estos grupos escultóricos; si podemos decir que era diferente la conformación de la cofradía al incluir, en varios casos, múltiples imágenes cristíferas, conformando un cortejo más usual del Levante español, en hermandades como la de la Oración en el Huerto de Madre de Dios o la del Santo Crucifijo del barrio de la Magdalena, esquema que también existía en otras ciudades, como la granadina hermandad de la Pasión en los Trinitarios; el modo de cargar los pasos tampoco era especial, ya que no se diferencia de otros lugares, como puedan ser Cádiz que si que tiene una forma especifica de carga; o si hablamos de las figuras bíblicas que representaban personajes reales, vestidos de aquéllas, podemos ver que no solo existían en Córdoba, sino también en Sevilla, quizá en una proporción menor, pero incluso hoy quedan algunas reminiscencias como las Centurias Macarena y del Sepulcro, o la Fe y Verónica de Montserrat o las Marías de Alcalá del Rio; entonces ¿de donde viene el origen de ese pretendido estilo? Pues viene de la conformación actual de la Semana Santa cordobesa en el segundo tercio del siglo XX.





    Este estilo cordobés se basa, ya que la ciudad carece de escuela escultórica propia, como en Granada, que lo justifique, aunque ni siquiera ésta condicione la creación de un estilo cofradiero propio, en diversos elementos que se toman como paradigma de ese estilo cordobés.


   Una de estas características es la ochava, su aparición en la ciudad se produce en 1930 con el nuevo paso de los Dolores, aun todavía sin palio. En 1936 lo incorpora, aquí si con palio las Angustias, se puede aludir cierta influencia malagueña, aunque tampoco sea esta una característica común en aquella ciudad. Ya asimilado como elemento definitorio solo lo adquieren la Paz, la Esperanza y el paso de palio de Pasión. Perdiéndose después todos estos ejemplos a comienzos de los ochenta, a excepción de la Paz. Y vemos como esa idea de originalidad cordobesa queda desmontada al comprobar que su antigüedad no supera el siglo, y su expansión a solo unos cuantos pasos.


   Un caso paradigmático, y que siempre se ha tenido como referencia de ese pretendido estilo cordobés es la Hermandad de Animas en su conjunto; desmontar el cordobesismo de Animas, desmontaría la idea de estilo que estamos tratando. La hermandad de Animas se crea en 1951, auspiciada por el grupo Cántico. La imagen titular nunca tuvo velo de tinieblas, ni sudario de tela, ni pelo natural de lo que hay documentos gráficos que lo atestiguan. De todas formas esa estética no es netamente cordobesa, ya que el velo es algo que tiene una repercusión amplia en el XVI, crucificados de la provincia de Sevilla, así como el Cristo de Jerez, usaban velo, en Córdoba el único caso, realmente antiguo que usaba velo era el crucificado de las Mercedes. Los clavos son copia como sabemos de los del ecijano Cristo del Confalón. Y el uso de peluca en esta imagen es reciente, y tampoco determina zona geográfica alguna, ya que incluso el trianero Cristo de las Tres Caídas llevó peluca.



   El segundo paso de esta cofradía, es de una incorporación muy reciente, data de finales de los setenta. En la forma de vestir a la imagen se copia a la Virgen de los Dolores, y por mucho que se quiera decir no es el estilo cordobés, sino simplemente, digamos una forma que esta hermandad de los Dolores ha mantenido a lo largo del tiempo y que es heredera de la forma que se vestían a las imágenes en el XVII, no solo en Córdoba, y que solo esta imagen mantuvo. Pero ello no lo convierte en un estilo propio. El paso se inspira en los templetes barrocos del Socorro y del Rosario de San Pablo. Considero que no se puede decir que fuese definitorio de un estilo cordobés, ya que en hermandades penitenciales no aparece y en glorias solo en dos casos. Ciertamente presenta diferencias frente a otros templetes, aunque tampoco es exclusivo de Córdoba, ya que en Murcia se encuentra uno formalmente muy similar en la Virgen del Rosario.

   Otros elementos más anecdóticos pueden ser la carga de los pasos, que en época barroca se solucionaba a través de unas sencillas parihuelas. Mientras que en el siglo XX, según los casos era a costal o en variados casos a ruedas. Esta última forma más de supervivencia que de estilo. Otra cuestión podría ser la de la imaginería, durante el XX se encargaron las imágenes a talleres cordobeses, principalmente Martínez Cerrillo, por no encargar en Sevilla, esto lo podemos considerar más un localismo, que definición de un estilo propio. O los conocidos como “galápagos” esos nazarenos con dalmáticas en sustitución de acólitos, que utilizan las cofradías más castizas, y que no hunden sus raíces más allá de los años cuarenta. Todo ello nos demuestra que lo que se pretende presentar como un estilo autóctono perdido para imponer uno exógeno como el sevillano, no es más que una falacia y una muestra de desconocimiento. Córdoba nunca tuvo un estilo que perder. Para considerar un estilo propio, hay que ver unas notas peculiares que lo distingan del resto y que engloben a la generalidad de las hermandades de la ciudad. Y como hemos visto eso no ha sucedido en nuestra ciudad. No obstante, siempre quedaran nostálgicos de algo que nunca existió en realidad y que solo está en su mente. Ideas que denotan, tal vez, de forma subconsciente una insatisfacción o sentido de inferioridad, que no debiera ser tal. Hay que asumir nuestra Semana Santa con sus luces y sus sombras, aprender de los errores y buscar la excelencia, pero sobre todo no añorar algo que más que excelente, fue más producto de la supervivencia que de la creación artística o estética.

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